HIPUPA

Un acróstico es una composición en la que las letras iniciales, medias o finales de cada verso u oración, se leen en sentido vertical y forman un vocablo o una locución. 

La palabra HIPUPA la aprendí del Instituto Superior la Fuente. Permite  (H) conocer la historia de la planta, lo que se sabe del pueblo originario que la ha empleado, el uso en la comunidad y en la familia. Permite (I) identificar. Saber (P) qué parte se usa, la (U) forma de su uso, el modo de preparar (P) y las (A) alertas, contraindicaciones o precauciones que se deben tener. 

En la vereda Buga Patio Bonito, como en Nuevo Amanecer, indagamos por ello. 

Encontramos que para Maribel Restrepo, la penca de sábila/Aloe vera, acíbar o áloe de Barbados, una especie suculenta de la familia Asphodelaceae; la utilizan para el cabello, la digestión y las quemaduras. Utilizan los cristales, que luego ingieren o aplican sobre la piel. “Se debe sacar solo el cristal, se debe sacar la mancha sumergiéndola en el agua”. Y se debe tener cuidado porque esta puede generar una reacción alérgica. 

Penca de sábila/Aloe vera, acíbar o áloe de Barbados en la huerta de Patricia

Carmen Cecilia Acosta, por su parte usa mucho el romero, salvia rosmarinus, para aliñar comidas y como tratamiento para el cabello en champú, jabones y atomizante. Le encanta el olor, sazonar con ella puesto siente que se conecta con la planta. Utiliza los cogollos, puesto que “entre más tierno están, más propiedades tienen las plantas”.

María Pastora Montoya ama el matarratón, gliricidia sepium. Fuimos hasta allá y cada una salió con un palo para sembrar, pero además nos contó de su utilidad “si a uno le da fiebre”. Lo conoció cuando vivió en Urabá porque las cercas eran de este árbol y lo puede reconocer incluso desde el olor. Nos dice que se debe usar dependiendo del estado de la fiebre “sí es alta va crudo y mallagado en agua fría. Si es fiebre con gripe en baño cocido. Cuando la fiebre es alta se pueden acostar sobre él. Para la infección urinaria se toma en bebida”. Pastora aprendió todo sobre la planta de su madre, en Dabeiba, pero también de sus abuelos. Rosa Espinosa comparte el amor hacia el matarratón con Pastora. Lo conoció cuando era niña en los remedios caseros que preparaba su mamá. Lo utilizó por primera vez en el Chocó. De manera categórica afirma “Yo reconozco al Matarratón porque nadie me engaña con las plantas”.

Claudia Isabel Restrepo usa mucho el apioapium graveolens, primero para hacer aromática “pero ya lo uso en la comida, en los jugos. El apio ayuda a darle oxígeno a la sangre, a desinflamar, para respirar, para abrir los bronquios”. Utiliza toda la planta y las hojas las usa para hacer aromáticas y jugos. “Lo cojo, lo lavo y lo pico en trocitos, se lo echo al arroz, a la sopa. La hoja la hago en aromáticas o ensaladas”. Todo eso lo aprendió leyendo en los libros. 

María Camila Restrepo, ama la caña de azúcar, saccharum officinarum“porque de ahí sacan la panela y me gusta el agua de panela”. Nos cuenta que para identificarla “la caña es una vara larga que tiene varias hojitas. La meten al trapiche y luego la procesan”

Tarcila Rosa, por su parte, no puede vivir sin el arroz, oryza sativa, “me gusta porque en mi casa lo cultivan, me gusta porque vengo de una familia campesina”. 

Angela María Correa usa mucho el tomate, solanum lycopersicum, un fruto originario de México, que cultivaron los Aztecas. “Lo hacemos en hogao y aliños”. 

María Camila Rojas nos habla de la violeta, viola, una planta utilizada por los abuelos en la familia desde hace muchos años. Usan las hojas para la fiebre y la gripe en infusión. Sólo las hojas, porque las raíces pueden llegar a ser venenosas. Pero además no da una receta: “en una taza de agua caliente se colocan tres hojas secas de violeta se tapa y cuando esté fría se consume”

Rosa María García usa la salvia, salvia officinalis. Incorpora “una taza de agua en una olla, y se pone a hervir en fuego medio hasta que nos quede un té de salvia”. 

Laura Cárdenas usa el sauco, sambucus, una planta medicinal para curar fiebres y problemas respiratorios: “se pueden hacer bebidas con dos manojos de flores en una taza o más agua, hirviendo, con panela  y limón hasta que todo hierva”.

Eduardo Zapata escogió el clavo, syzygium aromaticum. Conoció la planta cuando era niño, en el municipio de San Andrés de Cuerquia. Dice que se deben escoger tres hojas para hacer una bebida que ayude a la descongestión pulmonar.

María del Mar Blanco nos habló del rábano, raphanus sativus, una planta anual o bianual, de raíz gruesa, carnosa, muy variable en cuanto a su forma y tamaño. Nos cuenta que todas las partes se pueden comer, los bulbos, las semillas y las hojas y que ayuda a la salud del hígado y a la eliminación de los cálculos biliares.

María Esmeralda Osorio, la madre de María del Mar, ama la lechuga, lactuca sativa, un cultivo que comenzó hace 2.500 años. Persas, griegos, y romanos, se deleitaron con ella y fueron los últimos quienes tenían la costumbre de consumirla antes de acostarse para poder conciliar el sueño. Una planta ideal para insomnes quienes pueden escoger entre más de 120 especies aceptadas. 

Marisol Zapata, quien inspiró las historias de los Termos Comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado, nos habló del tilo, curibano, carpintero, curia o piri piri,  justicia pectoralis. Y además, nos indicó que “se utilizan cinco ramas, se hierven en dos tazas de agua”. Nos contó que ese conocimiento lo aprendió de sus vecinas y vecinos. 

La Tierra es un huerto en el Universo. Sumergirse en la energía del planeta y de su flora puede ayudar a alcanzar niveles de conciencia más elevados. Cuidar, reparar y regenerar suelos, sembrados y cultivos son formas de la sanación que empiezan a emprender en Nuevo Amanecer y Buga Patio Bonito.

Del verde al amarillo. Del amarillo al verde. La cicatriz en el corregimiento está por todas partes, por lo que se hace urgente dispersar semilla y dejarse permear por lazos y afectos con los suelos, rizobios, plantas, árboles, bacterias y hongos. 

Cuando la casa se empieza a romper nos deberíamos disponer afectivamente para echar nuevas raíces y entramados, hilar campesinado. Hacerle un pagamento a sus suelos, montañas y a sus cuatro grandes hilos de agua. 

Sanadoras y sanadores despliegan múltiples acontecimientos milagros.

Cuando la casa se empieza a romper por el mordisco a la montaña se debe volver al huerto y abrazarlo, para afianzar nuestra reconexión cósmica.

Ha llegado el momento de re identificarnos con la Tierra y volver a mirarla de otro modo.

El liberal: euphorbia cotinifolia

No lo conocía. Lo elegí por la soledad de su rojo sobre la soledad del verde de un potrero. Porque donde antes, en algún momento, hubo un bosque hoy solo hay un suelo desnudo. Bueno, cubierto por la hierba y los pasos de las vacas. Hoy, también por nuestras botas.

Íbamos caminando de la huerta que cuida Esperanza, en la Escuela Rural Presbítero Carlos Mesa, a la huerta de Marisol, en la vereda Buga Patio Bonito.

Me acerqué y me gustó aún más. Sus hojas rojas, lisas, me parecieron tiernas. Luego, corté una ramita para meterla en mi herbario y una leche se asomó en el pecíolo. “Lo usan para cicatrizar”, me dijo, Fauner, uno de los líderes comunitarios que guiaba nuestro recorrido.

Ya en casa, me puse a buscar y encontré que se menciona su uso en épocas precolombinas asociado a las propiedades de su látex lechoso. Leí que su savia cáustica a menudo se utiliza para envenenar peces en los ríos y, antiguamente, era utilizada por los indígenas para envenenar sus flechas.

De hecho, su nombre científico es en honor a un médico griego, Euphorbus, quien realizó estudios sobre el látex de varias especies africanas, y encontró que algunas tenían propiedades tóxicas.

Fauner, también me dijo: “Le dicen el liberal”. Las plantas que no tienen hojas verdes me llaman la atención, son raras. Así como es raro en Colombia encontrarse con alguien “liberal”, de los de verdad. Es decir, el rojo en política viene de la revolución francesa y de los radicales republicanos. Aquí, a la izquierda, le tocó coger el amarillo porque el rojo ya estaba ocupado. Otros de sus nombres comunes me gustan más: sangre de Liébano, lechero rojo, cardenal, sangre de cristo.

A la semana siguiente lo vi en Medellín, a la entrada de la piscina. Me di cuenta que estaba por todas partes, en cerros, glorietas, orejas de puentes, separadores de calles. Nunca lo había visto. La percepción es selectiva, pensé, tantos años en esta ciudad y no haberlo detallado. Así como Altavista: un suelo que ha vivido detrás de mi casa de infancia y que yo apenas ahora recorro.

Lo que más me inquietó al caminar por el corregimiento fue encontrarme con personas de tantas partes diferentes del país. Campesinos de Colombia que vivían cerca y yo no los conocía. Un denominador común aterrador: todos desplazados.

Finalmente, un día subiendo para casa compré un liberal en un vivero y lo sembré a mi lado, para verlo, para tenerlo cerca.

La Tierra es un huerto en el universo

Pensamos en la salud cuando nos falta.¿Qué miramos?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?, ¿para qué?Algunas personas como Carlos Eduardo Maldonado, filósofo y profesor, afirman que la civilización occidental nació enferma.

Esta enfermedad sistémica se explica, a su parecer, en que Occidente nunca supo de vida y por tanto, tampoco de salud.

Pero además, siempre fue reactiva y pensó que su felicidad y la propia vida estaban afuera, en otro mundo.

Las terminó confundiendo con poseer cosas, es decir, con consumir, depredar, obsesionarse con el crecimiento económico, la eficiencia, la eficacia y el todo para ya.

¿Por qué la lógica sacrificial primó sobre el deleite con la vida?

Esto, por supuesto, no siempre ocurrió.

Fue en el siglo XVII cuando se introdujo una extraña idea: hay una realidad y es independiente del sujeto. De este modo, nuestras formas de ser, habitar, y de producir subjetividades se empezaron a caracterizar por la incapacidad para sentir y reaccionar ante la devastación de la vida en su amplio y diverso conjunto. Fue desde ahí cuando se empezó a disolver la condición de ser-viviente y el mundo dejó de ser el mundo-de-la-vida.

La cultura prometeica, aquella que posibilita la acción transgresora, se asomó en las Cruzadas, pero se afianzó a través del encubrimiento de América, y desde entonces, toda su vocación colonial, neocolonial e imperial. Esto, por supuesto, generó profundas rupturas en el metabolismo socioecológico de la producción humana, al separar a la tierra madre, de los cuerpos poblaciones, y así se le dió inicio a la violencia sobre los mundos agroculturales. Se excluyó la posibilidad de pensar en sujetos de valoración no humanos como los árboles, las montañas, los ríos, los animales. Y desde ahí se decretó la muerte de la naturaleza, su destitución como entidad viviente, espiritual y sintiente.

El mordisco a la montaña. El continuum urbano muerde la montaña, para que lleguen más casas, más gente y más presiones sobre el territorio

Un afán de conquista. El “Ego conquer”, donde el ser humano se olvidó de la vivencia del cuidado y del cultivo, que sí tuvieron las sociedades precedentes de cazadores recolectores y luego las agrícolas, como valores predominantes.

Este delirio psicótico se impuso y derivó en un afán de control como condición histórica política, y por tanto, ontológica, capaz de tolerar la violencia y la crueldad ante la destrucción de la vida.

El cuidado de la salud no estuvo exento de ese gran atropello.

Vínculos sagrados

Quienes se encargaban de cuidar la salud eran aquellas personas que tenían una fuerte conexión con los dioses y las fuerzas espirituales. No obstante la Iglesia descalificó este sistema de creencias y las consideró “cosas del diablo”.

A lo largo y ancho de América Latina y del Caribe las formas de vivir, de sanar y de relacionarse con la naturaleza se vieron afectadas.

Como recuerda el geógrafo crítico Carlos Porto Gonçalves, la colonialidad sobrevive al colonialismo y es así, como desde allá hasta acá, se ha desvalorizado la propia cultura o se han descalificado los saberes para sanar, así como la ritualidad. Esto sin duda ha afectado los saberes ancestrales, milenarios.

No obstante, siempre hay fisuras, siempre hay revoluciones de los cuidados, que recuperan nuestro vínculo con la naturaleza. A través de múltiples prácticas ejercidas por pueblos negros, indígenas y campesinos se promueve el cuidado comunitario, de los territorios y la salud colectiva. Revalorizar esos saberes y darle lugar, en un mundo que colapsa socioecológicamente, debe ser nuestra tarea, como rebeldes que aman a la tierra. Un claro guiño ecofeminista crítico, que nos enseña Alicia H. Puleo y que nos invita a liberarnos de todo lo que el androcentrismo y el antropocentrismo han despreciado, al reivindicar el amor a la tierra, la salud y los cuidados comunitarios y territoriales, y al reconocer la empatía y el cuidado como valores que se deben enseñar y transmitir. Pero además, aplicar más allá de la especie humana, a los animales, las plantas, corrientes de agua, bacterias y todo lo vivo que cohabita junto a nosotras.

Entre sembrados, animales e hilos de agua que acompañan el camino por la vereda Buga Patio Bonito de Altavista.

Conocer los nombres de plantas y animales nos vincula, nos hace hacer parte. Es allí cuando empezamos a sentirnos en casa, a pensar en la casa. Y desde allí podemos desplegar un enfoque de salud contrahegemónico. Necesario, más que nunca, ante el acentuado proceso de desterritorialización, que se manifiesta, entre otras formas, en el mordisco a la montaña; para abrazar el poder de la naturaleza, al emplear la fuerza clorofilial de hierbas, flores y “yuyos” para sanar.

Una de las ideas de la atención primaria en salud, concepto que emergió en los años 50´s del pasado siglo y que adoptó la Organización Mundial de la Salud a partir de 1978, indica la necesidad de utilizar los conocimientos y todo aquello que está disponible y que es parte del universo cultural y social de la comunidad. Las Plantas Medicinales, por lo tanto, constituyen uno de los bienes comunes más valiosos para todos los pueblos del mundo. No obstante, sobre ellos recaen prácticas de poder injustas al invisibilizar y descalificar por parte de la farmacología de síntesis y la medicina occidental, a los saberes tradicionales, lo que sin duda debe catalogarse como una epistemicidio en la salud.

Junto a está práctica corren de manera paralela el ecocidio y el genocidio como marcas históricas que se imprimen sobre nuestros cuerpos-territorios y sobre los cuales se ha ejercido una violencia productiva que avanza arrasando.

No obstante, como señala Walter Benjamin en su “Tesis VII”, hay que “cepillar la historia a contrapelo”, para que salte lo que está escondido en la trama del tejido. Y es allí, cuando se descubre lo que se oculta. Una diversidad de vidas y de mundos contenidos en co-inspiradoras y co-inspiradores de sentidos que dignifican el legado de ancestras y ancestros, a través de su relación con plantas y animales.

Gallo que pasea de manera libre en Nuevo Amanecer, Altavista

¿Qué miramos?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?, ¿para qué? Esas preguntas iniciales resultan esenciales.

Intentaré explicar por qué.

Hace unos años aprendí a monitorear lluvias y a observar las crecidas de los ríos. Comprendí cómo las comunidades en su día a día al dirigir su mirada a los caracoles, los árboles suribios, la condición de los vientos y los arcos en la luna se cuidaban las unas a las otras, para evitar las catástrofes, para saber cuándo cambiaría el clima, pero además para determinar cuándo era el mejor momento para sembrar. Luego, entre tantos lugares, surgió un amor-río en medio del Atrato. Un sitio, tan antioqueño como chocoano, donde la gente que allí habita, decía sentirse “sembrada”, y algunos, a través de canciones, contaban cómo el río Atrato gritaba desgarrado ¡Tobum!. Puesto que el río, tan presente e importante para los indígenas Emberá Dobida, así como para las comunidades negras, presentaba signos visibles de extinción. La pregunta se quedó en mí y seis años después pude volver, desde otro lugar, al inmenso Atrato. En medio de esos descubrimientos navegué sobre el río Nechí, caminé por el Suroeste, otras zonas del Urabá, el Bajo Cauca y el Oriente antioqueños. Recorrí las tierras del café, las granadillas, los bananos y los ríos. También transité por la montaña rururbana del Vallecito de Humo. En Altavista, pero también en Itagüí. La misma montaña, a fin de cuentas, un “stock” codiciado por aquella enfermedad denominada el “continuum urbano”. Luego vino Hilos del Campesinado. Memorias, afectos, juegos y sueños de la población rururbana de Altavista (Beca de Creación Proyecto para Resaltar los Saberes de la Población Campesina de Medellín, Convocatoria de Estímulos para el Arte y la Cultura 2020) y ahora nos llega la oportunidad de aprender con los Termos Comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado (Proyecto ganador de la Convocatoria de Fomento y Estímulos para el arte y la Cultura 2021).

Ha sido a través de estos aprendizajes y del reconocimiento de los saberes ancestrales, que me he dispuesto afectivamente para reconocer cómo se significa, se marca y se geografía el terruño. Todo esto me ha llevado a preguntarme sobre la complejidad inconmensurable de las tramas de la vida. Me ha ayudado a construir mi educación socioambiental, que a veces se expande, otras veces se encoge, pero que siempre reclama en mí, la necesidad de abrazar la naturaleza salvaje.

En los intersticios, entre una y otra experiencia, puedo afirmar que es en lo pequeño donde se tejen afectos y lealtades y donde se pueden afectiva y efectivamente emprender las labores del cuidado, la reparación y la regeneración de territorios. Tareas imprescindibles para evitar la pérdida de biodiversidad que compromete la capacidad para producir alimentos y sostener los modos de vida de diversas comunidades.

Por ello se hace necesario reconectar y arrojar un reflector sobre aquellas prácticas con las plantas medicinales, semillas y alimentos, que han hecho parte de la experiencia vital de las mujeres y hombres que habitan los mundos rurales o rururbanos, pero donde también se producen hibridaciones, que no solo producen relaciones interculturales complejas, sino que además transforman los paisajes.

Sembrar, regar, observar cómo van los cultivos hace que estos sean espacios de ocio porque tienen una función estética, al contemplar la belleza de las plantas. Como espacio social permiten tejer y fortalecer vínculos entre mujeres, hombres, vecinas y vecinos y al interior de cada familia. Como espacio de aprendizaje, al probar y experimentar. Como espacio de los cuidados permite obtener alimentos y bebidas frescas y sanas, que cuidan cuerpos y territorios, pero que también construyen autonomías y otras economías al cosechar lo que se siembra. Son espacios identitarios, espirituales, sociales. Son el punto de partida y de llegada que nos puede hacer sentir menos solas y solos. Es donde podemos sentirnos en casa. En esta casa-Tierra, que es un huerto en el Universo.

Hierbas y plantas, el gran poder de las manos y del tacto, las exploraciones, recetas, rituales, herbarios. Una taza, un mortero, un cuenco. Tarros, canastas, canecas. Tijeras, machetes y cuchillos. Y por supuesto, los sombreros para cohabitar con el gran sol. Es a través de todas herramientas que las huertas se convierten en espacios sagrados que nos permiten conectarnos con esos conocimientos antiguos, ancestrales, que están esperando que los volvamos a descubrir. Se trata de aprender a ver, a verdear, para reconectarnos con nuestros vínculos sagrados y re encantarnos.

Necesitamos recuperar el sentido de habitar la tierra y la dimensión mítica poética de la existencia.

Referentes

Maldonado, Carlos Eduardo (2020). Occidente, la civilización que nació enferma.Bogotá: Ediciones Desde Abajo.

Machado Aráoz, Horacio (2014). Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporánea. Buenos Aires, Argentina: Mar Dulce.

Dussel, Enrique (1994). 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la modernidad. La, Bolivia: Plural editores

Machado, Aráoz, H. (2019). Naturaleza, discursos y lenguajes de valoración. Revista Heterotopías, volumen 2, No. 4. Córdoba. P. 9

Porto-Gonçalves, Carlos Walter (2013). Territorialidades y lucha por el territorio en América Latina, Geografía de los Movimientos Sociales en América Latina. Perú: Unión Geográfica Internacional. P. 20.

Puleo, Alicia (2019). Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la tierra y a los animales. Madrid: Plaza y Valdés, editores.

Wall Kimmerer, R. (2015). Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing Libros, S.L.

Organización Mundial de la Salud. (‎2013)‎. Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023. Organización Mundial de la Salud.

La OMS se ha propuesto integrar las plantas medicinales y se puede consultar su documento Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023, a través de este enlace: https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/95008/9789243506098_spa.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Benjamin, Walter (1942). Sobre el concepto de historia. Obras completas.

Noguera de Echeverri, Ana Patricia (2004). El reencantamiento del mundo. México y Manizales, Colombia: Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente –PNUMA- Oficina Regional para América Latina y el Caribe y Universidad Nacional de Colombia. IDEA.

La montaña y el termo comunitario

Apropiación social del territorio por los habitantes de Buga Patio Bonito, corregimiento de Altavista, Medellín-Colombia.

En el Suroccidente de Medellín, sobre la ladera norte de un cañón longitudinal que conforma a Altavista Central, se encuentra la vereda Buga Patio Bonito del corregimiento Altavista. Un territorio que se debate entre lo rural y lo urbano y en el cual quienes lo habitan aún conservan parte del conocimiento ancestral sobre las plantas. Las historias que reflejan ese conocimiento están llenas de amor por la tierra, por los cultivos, por el aire que se respira y por el paisaje que habitan.


Los habitantes de estas tierras recuerdan cómo jugaban con matas como la Dormidera, que con solo tocarla cerraba sus hojas; otras como la Ruda, que con solo restregarla con las manos emanaba una fuerte fragancia. En la montaña, las flores llaman la atención de propios y foráneos: la Veraniega es la primera en formar el arco iris con su multiplicidad de colores; la Manzanilla, con su color ilumina de blanco el paisaje; la Violeta, resalta por ponerle un olor dulce al pedacito de tierra en el que se encuentra.
Las mujeres y los hombres que habitan en esta montaña aman cultivar sin químicos, sin envenenar la tierra y el agua. Sueñan con que los más jóvenes recuperen los saberes ancestrales sobre las plantas medicinales y alimenticias que cultivan. Sueñan con que algún día aprendan acerca de esas formas casi mágicas que tienen las plantas para calmar cuando hay dolores, para tranquilizar cuando hay nervios, para dormir cuando hay insomnio, para darle sabor a la comida, para brindar nutrientes al suelo y a las personas y animales.


Buga Patio Bonito no es el paraíso, las personas tienen problemas cotidianos como numerosas familias, no son ajenas a expresiones como “para qué se siembra si no hay quien compre” (Entrevista a Pedro Pablo Cubides Gamboa, Buga Patio Bonito, 9 de septiembre de 2021). Igualmente, saben que la ganancia se queda en la ciudad, es decir, el campesino termina perdiendo desde el mismo momento en que decidió cosechar para luego vender sus productos en el medio urbano, ya que la gente prefiere comprar comida envenenada, es decir, cultivada a base de químicos sintéticos, porque sale más barato para el bolsillo, pero con un alto costo para la salud.

Termos comunitarias, alivio del vecindario durante la cuarentena.


Uno de los propósitos de los hombres y mujeres que conocen sobre plantas medicinales es que algún día la gente quiera aprender cómo hacer abono orgánico, cultivar sin químicos, generar autonomía alimentaria, valorar la medicina tradicional a base de plantas, construir con los vecinos redes de trabajo, sembrar con semillas nativas y seguir arrimando la mano vecina y sanadora a través del termo comunitario.


El termo comunitario contiene una bebida hecha con sauco, limoncillo, naranja, limón, curíbano, violeta y miel de abeja, que ayuda a combatir enfermedades como la gripe. La práctica de compartir el termo comunitario, recuerda Marisol Zapata Garcés, “se realiza desde hace aproximadamente 12 o 13 años” (Entrevista a Marisol Zapata Garcés, Buga Patio Bonito, 9 de septiembre de 2021) como una forma de cuidar del vecino y principalmente de su salud, porque algunos afirman “no me gusta ir al médico” (Entrevista a Pedro Pablo Cubides Gamboa, Buga Patio Bonito, 9 de septiembre de 2021). Esta práctica ayuda a estrechar los lazos comunitarios, puesto que se convierte en la fórmula para construir tejido social.


Este (el termo comunitario) es una fuente de relaciones solidarias que hace que vivir en la montaña sea una experiencia que está atravesada por el cuidado, el respeto y el cariño que se expresa en el mismo, al tiempo que es una forma de compartir las recetas familiares para ayudar a aliviar los malestares de familiares y vecinos. Quien realiza su preparación hace una inversión de su tiempo de vida y su conocimiento al servicio de lo comunitario, como una forma de sanarse con los frutos que se cultivan en la montaña.


Finalmente, vivir en la montaña, cultivar y hacer uso de las plantas medicinales permite a sus habitantes tener unos saberes botánicos locales que le aportan a la salud y permiten sostener la vida en el campo. Como dijo alguna vez Eduardo Galeano “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Eso es lo que hacen cada día los habitantes de Buga Patio Bonito, cuando ponen a disposición de otros sus conocimientos y recursos para tratar sus dolencias.

Yo también tuve un dragón blanco que se llamaba Maga y hoy crece en zona de dragones

“A medida que Nanabozho exploraba la tierra, se instalaba sobre sus hombros una nueva responsabilidad: debía aprender los nombres de todas las criaturas. Empezó a observarlas atentamente para saber cómo eran sus vidas y hablaba con ellas para descubrir los dones que poseían. Reconocía así sus verdaderos nombres. En el momento en que pudo dirigirse a los otros por su nombre y que ellos le saludaban al pasar: “¡Bozho!” -aún nuestro saludo tradicional-, empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad.” 

Robin Wall Kimmerer [1]

Que la tierra les sea leve a mis dulces amigos olfatorios. Maga, Merlina y Tito son agua y pájaros. Así me lo dijo una revelación que necesité para procesar la gran ausencia de sus vidas en la mía. Sin esa forma bella de comunicarnos y amarnos. Doy gracias por mirar/sentir, pensar/sentir a su lado. Por sus enseñanzas en cada día, en lo cotidiano, del significado del cuidado de la vida.

Un pájaro reposando | Foto: catrincoquille

Maga se emocionaba cuando sonaba un estruendo allá afuera, y entre las hojas, aparecía una fruta amarilla estripada. Era un mango. Aquella perrita subía agitada por las escaleras de la casa con la fruta entre los dientes y toda su barba blanca pintada. Merlina supo heredar de su madre Maga, el rugido ladrido, insoportable para algunas personas, pero cargado de infinita ternura y curiosidad. Merlina siempre se quiso tragar el mundo, olerlo todo, verlo todo, caminar un lugar nuevo que conocía hasta el último rincón. Tito las amó profundamente a ambas, respetó a Maga como alfa de la manada, cuidó de Merlina y luego cuando se quedó solo, se tuvo que reconstruir sin vínculos caninos, extrañado… hasta su inesperada y pronta partida. Tito el perro juega-pelota, quien marcaba todos los días el jardín de mariposas de afuera para delimitar ese, su espacio, de otros perros que pasaban. En su jardín de verbenas, algodón, asclepias, fríjol, capuchinas, rosas y mermeladas desplegaba toda su hermosura. Tito fue un perro de fuego, que ondeaba su cuerpo con alegría y poseía una infinita curiosidad acuática.

Maga, Merlina y Tito hoy son suelo, son bosque. Están al lado del lago que hace de espejo, y donde saltan los Koi o Noshikigoi. Peces de nombre chino-japonés que traen la buena suerte, que simbolizan la fuerza y la perseverancia porque nadan a contracorriente. Y una vez están aguas arriba, logran convertirse en dragón.

Maga, Merlina y Tito se despojaron de su piel y de su pelito dorado o salpimienta. Hoy rugen en un verde encendido que crece mirando a las estrellas, entre los rayos del sol y la brisa fría. En sus nuevas formas y ante la caricia del viento, quizá recuerden de su anterior forma viva, que el amor es ternura, es cuidado, es presencia. 

Y para hacer todo esto posible, el “titomaguismomerlinismo”, como solía denominar a ese fenómeno canino, a esa fuerza que alegraba mis días y que duró veinte años; ruge en ese reencuentro con los minerales. La perfecta microbiología donde el mundo no animal y animal se hacen suelo.

Capas arriba de este, se hacen plantas, una y otra que emergen como buenezas, en flores, arbustos o árboles. Seres vivos maravillosos y clorofiliales que producen su propio alimento. Un incesante movimiento que nos recuerda, como dice Jairo Restrepo, que no hay muerte sino cambios de estado del movimiento. En Maga, Merlina y Tito se produjo un desplazamiento y hoy sus energías se concentran en ser Magayarumo, Merlinamarrabollos y Titoamarrabollos. Cecropia peltata y Meriania nobilis son sus nombres científicos y que por supuesto se quedan cortos para describirlos.

Magayarumo

Desde esa perspectiva, la vida, su vida, es constante movimiento. Me recuerda los encuentros y reencuentros entre los seres humanos y las plantas. Sin ellas no podríamos comer, ni respirar. Por lo tanto, vida y verdear son sinónimos de ese milagro llamado fotosíntesis.

Frutos de la Tierra - Altavista

A la tierra que pisamos humanos y no humanos solemos llamarle el suelo. Uno muerto, la mayoría de las veces y que identifica la vida entre el hormigón de esta época. Hemos olvidado/atacado/ignorado el suelo y nos han dejado de enseñar o recordar que la palabra humano proviene del latín “humanus”, formada por “humus” que significa “tierra”, y el sufijo “anus” que indica “procedencia de algo”. En muchas cosmogonías el ser humano es un ser nacido de la tierra, por eso se dice que el primer humano fue hecho con arcilla, tierra, o lodo en los antiguos relatos. 

Es en el suelo donde millones de microorganismos se alimentan, se descomponen y se regeneran entre sí en interacción con el aire y el agua. Esa red compleja forma un entramado que se llama red trófica, que sueloarriba crea hojas, flores y frutos. Mientras que en sueloabajo crecen de manera intensa y significativa las raíces que se expanden buscando agua y nutrientes. Una rizósfera donde viven y se alimentan bacterias y hongos benéficos que atraen, al mismo tiempo, a sus depredadores: los nematodos y protozoarios y de este modo se libera el nitrógeno necesario para que la planta pueda crecer. 

Esta red trófica es relacional. Una comunidad de seres vivos. Una gran conversación que incluye a lombrices, larvas de insectos, y otros organismos que hacen caminos a través del suelo. Como arquitectos sueloabajo, crean espacios y pasajes para que el aire y el agua puedan llegar a las raíces de las plantas. Ayudan y aceleran la descomposición que convierte los fragmentos de materia orgánica en nutrientes. Ese necesario reencuentro hace que las plantas puedan crecer. Si ponemos un estetoscopio, ¿qué es lo que bulle abajo en ese hogar de miles de millones de insectos, pequeños animales, bacterias y otros organismos pequeños? Cada uno aporta al conjunto, como una gran orquesta que crea una red protectora, no para que la vida emerja, porque la vida siempre está presente.

La lluvia

Que la tierra les sea leve Maga, Merlina y Tito. Hoy son microorganismos, agua, insectos, pájaros y todos los animales en constante movimiento que comparten esa casa, esa zona de dragones. Esa interrelación perfecta suma equilibrio a esa red trófica a la que se suman Floro, un cantor verdemojado bajo la lluvia, quien también compartió su vida con las nuestras y Rigoberto, el perrisobrino que hundía sus barbas en la tierra para buscar mojojoyes.

Tito y Rigoberto

Robin Wall Kimmerer, botánica y mujer indígena, nos cuenta que cuando Nanabozho, el “Hombre Original” pudo dirigirse a las criaturas por su nombre empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad. Por ello, conocer los nombres de las plantas y de los animales con los que se convive resulta esencial para evitar “la soledad de la especie”. Una tristeza sin nombre “que nace del distanciamiento respecto al resto de la Creación, de la pérdida del vínculo” (p.241).


Pensar en Maga, Merlina y Tito, nombrarlos en sus antiguas formas o en sus nuevas, me permite reconectar como un ser/mujer del humus, del suelo. Prestar atención a lo que fueron y ahora son.

Una forma más del movimiento

En esa inercia, entre el vacío y la aceptación por sus partidas, pienso que mañana seremos compost como mis dulces amigos muevecolas, para enraizarnos/fijarnos con y a través del suelo, para que la vida pueda continuar su incesante movimiento.

Dandelión o diente de león

Referencias

[1] Wall Kimmerer, R. (2015). Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing Libros, S.L. pp. 240-24.

El mordisco a la montaña II: cuando la casa se empieza a romper

Quedarse sin refugios

La vida, toda vida, en el planeta tierra, corre un gran peligro puesto que la naturaleza y la energía han sido reconvertidas en materia prima abaratada.

Antropoceno, capitaloceno no dan cuenta de una época estable. Se trata de todo lo opuesto. Es la ruptura de la continuidad holocénica donde se contaron con las condiciones ideales para la evolución cultural, agrícola y tecnológica de los seres humanos

Cantera en Nuevo Amanecer - Altavista

La casa se empieza a romper.

Pensar en la casa

Construcción de vivienda en guadua, planta de la familia del bambú, en vereda Buga, Patio Bonito

Cuando el territorio desaparece, ¿qué es lo que queda?
¿Cuántos territorios han dejado de ser territorios?
¿Qué significa que el lugar donde vivo cambie, de una manera abrupta, acelerada?
Y si de repente tengo que salir de “aquí” ¿Tengo que dejar a mis amigas y amigos, mis animales y mis sembrados?

La casa protege y cubre. Es el lugar feliz de lo cotidiano. “Tiene un lleno y un vacío. Un adentro y un afuera. Es refugio, abrigo, identidad”. (Carrer, 2013).
La casa se puede representar en un corazón. Es donde se entra y se sale para ir al mundo. Representa el origen, lo primario, la base, lo inefable, el centro del afecto.

Del verde al amarillo. La cicatriz que está por todas partes pero no comprendemos por nuestra indiferencia y desconocimiento. El recordatorio. El llamado de urgencia para expandir de manera radical la naturaleza salvaje, de tal manera que todo lo destruido nos permita reconocer y volver a pensar la casa, desde ontologías otras e imaginarios políticos, que dispersen semilla y se dejen permear por lazos y afectos con los suelos, rizobios, plantas, árboles y hongos, contra la crisis, “La Nada” que destruye “Fantasía”.

La casa se empieza a romper y nos exige imaginación, juego, afecto.

Avistamiento de la vereda Buga, Patio Bonito

La crisis, la nada que destruye fantasía.

Poco a poco hemos ido configurando escenarios de riesgo y hemos afianzado las vulnerabilidades, a tal punto de normalizarlas. Paradójicamente esas crisis significan el reemplazo paulatino o acelerado de múltiples seres que dejan de existir.
El mordisco a la montaña actúa como metáfora y licencia poética que emula a “La Nada” que destruye “Fantasía”. En La historia sin fin, un texto de Michael Ende, “La Nada” es la carencia de imaginación de los humanos del “mundo real” la que destruye ese mundo soñado, porque ya no crean, no sueñan, porque no pueden hacer las cosas de otro modo.
“La Nada” es el vacío y promete destruirlo todo.

¿Cómo hallar la cura cuando la casa se empieza a romper? ¿Cómo está ese suelo que pisamos y que nos sostiene?

Termos comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado.

Cartografía territorial en la vereda Buga, Patio Bonito

El suelo está muy gastado y degradado porque la gente está acostumbrada a usar químicos. La gente ha cultivado mucho y no hace enmiendas al suelo. Está pobre. No tiene ninguna lógica envenenar lo que vamos a comer” nos dice Marisol Zapata, nuestra amiga polarizadora de Altavista.

Eso hace que la pregunta por ¿cómo hallar la cura? sea cada vez más urgente y más desesperada, pero que se concreta a través del cuidado de los vínculos, cuando nos dejamos afectar por lo que le sucede a otro ser.

El termo comunitario, una pócima mágica, de una mujer íntimamente relacionada con las plantas, sus animales, que cuida y cura las dolencias humanas, pero que además, ante un suelo degradado, el mordisco a la montaña, le viene enseñando a las niñas y niños a cultivar de manera orgánica, a hacer biopreparados con melaza, harina de maíz, mantillo de monte y microorganismos de montaña.

A las niñas y niños también se les enseña a compostar y se les cuenta para qué sirven las plantas medicinales. Se les recuerda que las lechugas y la leche no vienen del EXITO, ni de la nevera de la casa, sino que campesinas y campesinos se levantan desde las 4:00 am de la mañana a sembrar y a cuidar el agua, a proteger árboles nativos, el germoplasma y el sotobosque.

¿Serán estos los pagamentos? ¿Estás serán las enmiendas al suelo?

Ante esa “Nada” que promete destruirlo todo, ellas y ellos salvarían a plantas como el curíbano, la lechuga, una matica de oliva porque representa la paz, al orégano, al arroz para que no falte en la mesa, al maíz, al frailejón, la matica de helecho, el jengibre, el romero, al limoncillo “para hacer aromáticas y relajarse”, a la penca, la manzanilla, al  acetaminofén, porque vivir con dolor es algo que no tiene nombre; al matarratón y al apio, limón y pimentón, “porque son plantas esenciales”.

Ya hay fisuras. Ya hay revoluciones de los cuidados

Kit para hacer recorridos territoriales y observación botánica en Termos comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado.

La huerta como refugio pandémico

La huerta para algunos habitantes del corregimiento Altavista es donde se pueden tener cultivos a pequeña escala, y un lugar vivo donde cohabitan plantas aromáticas, ornamentales, tubérculos, condimentos, árboles frutales y medicinales, que ayudan con la alimentación del hogar y aportan a la salud, ya que algunas de ellas son utilizadas para combatir enfermedades según los conocimientos ancestrales de la población.


Para algunas personas, durante la emergencia crisis generada por la pandemia de la enfermedad de la COVID-19, la huerta les permitió escapar de las cuatro paredes de sus casas, y de los efectos que tiene el encierro para la salud humana debido a las cuarentenas decretadas por las autoridades gubernamentales, las cuales aumentaron los síntomas de enfermedades como el estrés, la ansiedad, la depresión, sumado a las rupturas del tejido social que supuso el confinamiento en la vida cotidiana de los territorios. Además, trabajar en la huerta, era algo “parecido a salir del hoyo” (Entrevista a Rosa Vargas Martinez, Nuevo Amanecer, 26 de septiembre de 2021), en tanto permitió el contacto de las personas con la naturaleza, el reconocimiento del potencial de la tierra para cultivar, al tiempo que posibilitó que algunas personas de Altavista pudieran valorar desde otras perspectivas sus casas, y los espacios que la rodean. De allí que la huerta influyera positivamente en la salud mental porque “tanto encierro enloquece” (Entrevista a Rosa Vargas Martinez, Nuevo Amanecer, 26 de septiembre de 2021).


Así la huerta se convirtió en una distracción para quienes las trabajaban y con el tiempo se dieron cuenta de la importancia de las plantas y los árboles que en ellas estaban sembrados, en especial cuando se dispararon los precios de los alimentos y pudieron acceder a la cebolla de rama, el tomate, el plátano, la yuca y la papaya sin necesidad de comprarlos. Ahora bien, cuando los vecinos empezaron a enfermar de la COVID-19, y decidieron recurrir a la medicina tradicional para tratar sus síntomas como: fiebre, tos seca, congestión nasal, ansiedad, depresión y dificultad para conciliar el sueño; las plantas fueron sus mejores aliadas y con ello evitaban ir a los servicios de salud por miedo a la enfermedad.
Compartir con los vecinos una planta medicinal ayudó a estrechar los lazos de solidaridad y comunidad, la planta y el árbol de la huerta que fue más buscado por propietarios y vecinos durante las cuarentenas fueron el Limoncillo y el Matarratón, ya que son plantas calientes que sirven para combatir la tos, el dolor de cabeza y la fiebre. Tanta fue la demanda de Limoncillo que las plantas quedaron sin hojas, sólo quedó el tallo. La misma suerte corrió el Matarratón, un árbol de tamaño mediano, que se quedó sin hojas, convirtiéndose en un símbolo de solidaridad, en la medida que nadie que pidió se fue con las manos vacías.


Algunas huertas en el barrio Nuevo Amanecer se construyeron al lado de la vía principal, este espacio antes era utilizado por algunos de los habitantes de la comunidad para el vertimiento de escombros, pero con la construcción de estas se da una apropiación distinta del espacio público. Además, con las huertas también aparecieron los pájaros, doña Rosa Vargas Martínez y doña Carmen Acosta Pacheco decidieron crear cebaderos de aves lo que permitió transformar el paisaje sonoro y la vida en el territorio, ahora es común observar distintas aves en las mañanas y en las horas de la tarde.


Finalmente, la huerta como refugio pandémico refleja la producción social del territorio por parte de las comunidades en su intento de satisfacer algunas necesidades sociales en un momento de crisis que detona que la gente quiera hacer algo diferente con el espacio público, de ahí que la huerta sea una protagonista en la salud física y mental, en la medida que le posibilita a los habitantes de Nuevo Amanecer trabajar, distraerse y cuidar de los otros a través de las plantas e incluso proteger algunas especies de pájaros, rescatar ciertas prácticas -alimenticias, medicinales y de trabajo conjunto-, y recuperar los lugares públicos deteriorados por el vertimiento de escombros.

Traficante de piecitos

De la plaza de mercado de Quibdó, me traje un quereme. Del Putumayo, me llegó un chondul para cuidar. La corona de espinas me la regaló una campesina de Andes. La mermelada que me separa del vecino vino de la de la casa de Camilo y, antes, había venido de la casa de Pilar.

El tráfico ilegal de piecitos, semillas, esquejes, raíces y frutos ha conectado los suelos del mundo. Transportarlos provocó la propagación involuntaria de especies vegetales que han colonizado los asentamientos humanos. Los hemos observado crecer, los hemos domesticado.

Del Viejo Mundo nos llegaron el trigo, la vid, la caña de azúcar, el algodón y el café. Del Nuevo Mundo les mandamos maíz, patata, tomate, pimiento, tabaco, aguacate, fresa, cacao y cacahuate.

Eduardo, el último habitante de Altavista que visitamos en el recorrido, también ha sido traficante de piecitos. Trajo heliconias del Quindío, algunos árboles de nogal cafetero y limbos de Santa Rita de Ituango, eucaliptos blancos de Santa Elena (los compró en un vivero y pal bolsillo de la camisa) y guadua del Quindío (la dejó empacada y se la mandaron por Servientrega).

En Altavista, el campo logra irrigarse hacia la ciudad. El potrero extiende algunos brazos por entre las calles y casas. Se acomoda en rincones y esquinas. Genera pequeños remansos que son convertidos en huertas.

Durante el recorrido, no podía aguantar el impulso de llevarme los piecitos. De la huerta de Esperanza, una caleña que ama la lechuga, me traje un romero. De donde Marisol tomé un ají. Ella cuida la huerta con sus nietos. Tiene caña, col crespa, tomate uchuva, cidrón, mostaza, col mantequilla, hierbabuena, botón de oro. El cilantro, por su parte, lo conseguí en el separador de la esquina de Guillermina. Finalmente, el matarratón y el poleo, me los dio Pastora.

Bajando de la vereda de Buga Patio Bonito entramos a la huerta de Pedro. Allí, en unos pocos metros cuadrados, él y su esposa, desplazados de los Llanos Orientales, tienen marranos, gallinas, aromáticas y plantas básicas para el revuelto. También, caña, ahuyama y banano. Pedro nos contó esta historia.

Un día, encontré un huevito abandonado en la quebrada y me lo traje para mi casa. Lo incubé hasta que salió un gallinacito. Cirilo estuvo conmigo cinco meses. Fue criado aquí, en Altavista. Se iba como un perro detrás de mí, nunca se voló. Se las tiraba de chistoso y le hacía maldades a la gente, por ejemplo, les soltaba los cordones. Un día, vino la policía ambiental y se lo llevó en una jaula, que dizque lo iban a examinar para devolverlo a su hábitat. Me hicieron una marranada muy grande, como si se me hubieran llevado un hijo. Si a él no le gustara andar conmigo se hubiera ido. Cuando yo iba pa’l médico me tocaba amarrarlo con una cabuyita pa’ que no se montara al bus. Quedé muy triste.

Herbarios, laboratorio de contactos

Las hojas, como las mujeres, intercambian

astutas confidencias;

unos cuantos saludos, y unas cuantas

portentosas conclusiones,

En ambos casos las partes

disfrutan del secreto,

compacto e inviolable,

a la visibilidad.

Emily Dickinson, Herbario y antología poética. La traducción es de Eva Gallud. Extraído de El herbario de Emily Dickinson, entre la ciencia y la poesía.

El herbario es cuidado.  

Una biblioteca de plantas secas que nos permite custodiar la memoria de la vida vegetal del planeta. En tiempos de extinciones aceleradas, allí volveremos sobre lo que se está yendo. 

Nuestros herbarios son conexión con el suelo. 

A la entrada del corregimiento nos entregaron nuestro propio kit: prensa, tijeras, sobre de papel, lupa, colbón, lápiz, sacapunta. La tarea: caminar, observar, sentir el suelo y las plantas. Entrar a las huertas. Detenernos en aquel espécimen que nos llamara la atención. Colectarlo, ponerlo en la bolsa blanca. Llegar a casa y observarlo. Acomodarlo entre papeles y cartones. Prensarlo. Esperar. 

El herbario es historias.

Como todo objeto de memoria, este archivo de plantas pervive para contarnos historias. Los cuerpos vegetales se exponen de manera organizada como relatos vitales que son testimonios de la existencia de otros seres que interactúan con ellos. El herbario es un documento que cuenta otra versión sobre la vida terrícola.

Su herbario, el de ella, fue arte para la ciencia

Emily Dickinson, una poeta estadounidense fundamental, apenas siendo adolescente ya había coleccionado 424 especímenes de flores silvestres de la zona rural de Massachusetts. Los ordenó en 66 páginas, con el sistema de clasificación de Linneo. Esta naturalista intimista y sensible pasaba sus días, aislada en su habitación, sola con la compañía de sus palabras-plantas. 

El herbario es conocimiento

Un catálogo donde los científicos pueden hacer estudios y comparaciones. Además de las muestras vegetales, se consignan las fechas y la ubicación exacta de la colecta. Se registran, también, los nombres científicos. De esta forma, los botánicos de todo el mundo, y otros investigadores, por ejemplo, de la antropología o la farmacia, comparten un código común para saber que hablan de la misma planta. 

Sus herbarios son curiosidad y fascinación.   

Son mapas plantares que les permiten irse a través de los mundos que abre cada especie. El matarratón, por ejemplo, o rompe vientos, o rompe fuegos. Es forraje, medicina, leña. Es cerco vivo y  sombra para las vacas. Es un entramado relacional que se hunde en el suelo y se expande hacia nosotros. 

Mi herbario, también, ha sido deseo

Por esos días yo salía todos los días a la huerta-jardín para tranquilizar mi mente. Recogía hojas y flores y las ponía a secar entre las páginas de un libro. Las escogía sin importar su nombre, solo me interesaban las formas y los colores. Mientras esperaba el tiempo que la humedad tardaba en desaparecer, mi ansiedad respiraba. Luego, pegaba las hojas a mi antojo y escribía cartas de amor.