Traficante de piecitos

De la plaza de mercado de Quibdó, me traje un quereme. Del Putumayo, me llegó un chondul para cuidar. La corona de espinas me la regaló una campesina de Andes. La mermelada que me separa del vecino vino de la de la casa de Camilo y, antes, había venido de la casa de Pilar.

El tráfico ilegal de piecitos, semillas, esquejes, raíces y frutos ha conectado los suelos del mundo. Transportarlos provocó la propagación involuntaria de especies vegetales que han colonizado los asentamientos humanos. Los hemos observado crecer, los hemos domesticado.

Del Viejo Mundo nos llegaron el trigo, la vid, la caña de azúcar, el algodón y el café. Del Nuevo Mundo les mandamos maíz, patata, tomate, pimiento, tabaco, aguacate, fresa, cacao y cacahuate.

Eduardo, el último habitante de Altavista que visitamos en el recorrido, también ha sido traficante de piecitos. Trajo heliconias del Quindío, algunos árboles de nogal cafetero y limbos de Santa Rita de Ituango, eucaliptos blancos de Santa Elena (los compró en un vivero y pal bolsillo de la camisa) y guadua del Quindío (la dejó empacada y se la mandaron por Servientrega).

En Altavista, el campo logra irrigarse hacia la ciudad. El potrero extiende algunos brazos por entre las calles y casas. Se acomoda en rincones y esquinas. Genera pequeños remansos que son convertidos en huertas.

Durante el recorrido, no podía aguantar el impulso de llevarme los piecitos. De la huerta de Esperanza, una caleña que ama la lechuga, me traje un romero. De donde Marisol tomé un ají. Ella cuida la huerta con sus nietos. Tiene caña, col crespa, tomate uchuva, cidrón, mostaza, col mantequilla, hierbabuena, botón de oro. El cilantro, por su parte, lo conseguí en el separador de la esquina de Guillermina. Finalmente, el matarratón y el poleo, me los dio Pastora.

Bajando de la vereda de Buga Patio Bonito entramos a la huerta de Pedro. Allí, en unos pocos metros cuadrados, él y su esposa, desplazados de los Llanos Orientales, tienen marranos, gallinas, aromáticas y plantas básicas para el revuelto. También, caña, ahuyama y banano. Pedro nos contó esta historia.

Un día, encontré un huevito abandonado en la quebrada y me lo traje para mi casa. Lo incubé hasta que salió un gallinacito. Cirilo estuvo conmigo cinco meses. Fue criado aquí, en Altavista. Se iba como un perro detrás de mí, nunca se voló. Se las tiraba de chistoso y le hacía maldades a la gente, por ejemplo, les soltaba los cordones. Un día, vino la policía ambiental y se lo llevó en una jaula, que dizque lo iban a examinar para devolverlo a su hábitat. Me hicieron una marranada muy grande, como si se me hubieran llevado un hijo. Si a él no le gustara andar conmigo se hubiera ido. Cuando yo iba pa’l médico me tocaba amarrarlo con una cabuyita pa’ que no se montara al bus. Quedé muy triste.