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¿Quiénes son las y los campesinos de Altavista? ¿Qué sueñan? ¿Qué conocen? ¿Qué sienten? 

En Colombia, la población campesina ha estado invisibilizada bajo el concepto de “trabajadores agrarios”, por tal motivo, las y los campesinos han emprendido una serie de acciones para ser reconocidos como sujetos políticos de derechos. La Declaración 20 de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos y de Otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales (adoptada el 17 de diciembre 2018 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, tras 17 años de trabajo del movimiento campesino integrado por Vía Campesina, con el apoyo de FIAN Internacional, el Centre Europe – Tiers Monde (CETIM) y otras organizaciones) no fue votada por el gobierno colombiano, hecho que recibió numerosas críticas por parte de organizaciones sociales, congresistas y académicos nacionales e internacionales.

La Declaración podría ayudar a impulsar las iniciativas de ley sobre garantía y protección de los derechos del campesinado que han estado estancadas en el Congreso de la República, así como el fortalecimiento de la implementación de la Reforma Rural Integral (RRI) del Acuerdo de Paz, los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial PDET, los Planes de Desarrollo locales y los Planes de Acción de las Autoridades Ambientales (Corantioquia para la zona rural de Altavista).

A pesar de la desprotección constitucional hacia la población campesina, el 24 de marzo de 2020, el DANE presentó los resultados de la primera encuesta que busca conocer quiénes son, cómo viven y qué percepción de la democracia tienen los campesinos y campesinas en Colombia, como resultado de la Sentencia STP 2028 de 2018 de la Corte Suprema de Justicia, que le pide al Estado implementar medidas para identificar la situación actual de la población campesina y apoyar la formulación y seguimiento de planes, programas y políticas públicas a su favor. El fallo de la sentencia es el resultado de la tutela presentada por 1.770 campesinas y campesinos del país que pidieron ser incluidos en las estadísticas del país y que les ha permitido autoreconocerse como población campesina, puesto que por años marcaron la casilla ‘otros’”, desdibujando de esta manera su identidad. ¿Quiénes son entonces las y los campesinos? ¿Cómo viven? La encuesta reveló que solo el 31,8% de la población encuestada se asume como tal, que está en un proceso de envejecimiento y que urge crear medidas dirigidas a las y los jóvenes campesinos. Pero además, otras respuestas revelan que el 90,1% de las mujeres que se consideraron campesinas se sienten satisfechas con la vida en general, mientras que este porcentaje en los hombres fue del 89,7%.

La ruptura de las relaciones entre el mundo rural y urbano se acrecientan, puesto que poco se comprenden las implicaciones que tienen los altos consumos de este último sobre la vida de los pueblos rurales y en ese sentido la comprensión de los mundos agro-culturales se reduce a verlos como una población productora de alimentos, que satisface sus necesidades. De este modo se generan imposiciones y lógicas de poder asimétricas cuando se exaltan los valores modernos, positivistas, individualistas y urbanos, que someten a los territorios rurales, sus habitantes y valores. Esta situación perpetúa ideales propios del desarrollismo del siglo XX, cuando se quiso transformar las sociedades “tradicionales” en “modernas” y convertir a las sociedades rurales en sociedades industriales. Urge, en el siglo XXI, volver a preguntarse ¿Quiénes son entonces las y los campesinos? ¿Cómo es el devenir de su vida cotidiana? ¿Qué sueñan? ¿Qué conocen? ¿Qué sienten? ¿Cómo perciben las y los campesinos el mundo urbano?

Al intentar responder a estas preguntas, consideramos necesario abordar lo concerniente a la reproducción social de la vida. La filósofa política y feminista estadounidense Nancy Fraser (2016) afirma que el subsistema económico del capitalismo ha dependido de las actividades económicas externas a él. En ese sentido es en la prestación de cuidados, el trabajo afectivo y la interacción social donde se crean las condiciones para posibilitar la producción, puesto que se gestan y sostienen los vínculos sociales necesarios. En ese sentido querer, cuidar y estar con las y los otros forma identidades, constituye seres sociales, crea hábitos y un ethos cultural en el que los individuos se mueven. De esta manera se crean comunidades, pero además se sostienen significados y horizontes de valor compartido, que apuntan a la cooperación social y están por fuera del mercado. En una cultura política patriarcal, cuáles han sido los lugares asignados a las mujeres, ¿qué relatos tienen? ¿cómo existen?

Es en los vínculos donde se crea, se actúa, se lucha, se quiere, se producen malos entendidos, tolerancias, imposiciones o resistencias. Nuccio Ordine, escritor italiano, creó la obra “La  utilidad de lo inútil“ donde llamó la atención sobre la necesidad de fijar la atención en una serie de saberes que no producían ganancias, pero que alimentaban la mente, el espíritu y humanizaba a un ser humano, en evidente proceso de deshumanización. De esta manera cuestionó el utilitarismo donde todo se compra y se vende en las relaciones humanas. ¿Cuáles entonces son esos saberes “inútiles”, pero que son útiles para la reproducción social de la vida campesina? Lejos de la lógica sacrificial, los cuerpos son capaces de hacer muchas cosas, entre ellas jugar, conversar o simplemente “no hacer nada” y allí está la vida.

Dibujar un animal con los dedos

Es por ello que #HilosdelCampesinado busca resaltar los saberes del campesinado de Altavista con mayor énfasis en las mujeres campesinas, narrando sus mundos y sus modos, a través de la construcción de un relato transmedia, que contribuya a cambiar los referentes e imaginarios sobre este grupo poblacional que los restringe a la noción de trabajo agrario, visibilizando sus vínculos, afectos, juegos, pensamientos y sueños.

Hemos escogido este territorio rurubano, denominado desde la planificación como Comuna 70 – Corregimiento de Altavista, por ser uno de los cinco corregimientos del municipio de Medellín.

Está localizado al suroccidente, a 9,4 kilómetros del área urbana. (Plan de Desarrollo local de Altavista, 2015-2027, p. 28). El corregimiento está conformado por ocho veredas: El Jardín, La Esperanza, Altavista cabecera, San José del Manzanillo, San Pablo, Aguas Frías, El Corazón – El Morro, Buga – Patio Bonito. Se ubica en la zona centro y suroccidente de Medellín y hace parte de la vertiente occidental de la cordillera central.

Según el Atlas Veredal de Medellín (2010) la microrregión ocupa el 40.9% es decir, 1.122 hectáreas del territorio Corregimental. Altavista está conformado por cuatro sectores claramente demarcados por sus condiciones morfológicas. Cada sector se asocia y determina por una microcuenca ordenadora:

a) La quebrada Ana Díaz estructura el centro poblado de Corazón – El Morro-.

b) La quebrada La Picacha estructura el sector de Aguas Frías.

c/ La quebrada Altavista, en la centralidad corregimental.

d) La quebrada Guayabala, en los sectores de Jardín y San José de Manzanillo.

Cada sector tiene una relación independiente con la estructura urbana. No obstante, en todos los casos hay un proceso de expansión sobre el territorio corregimental. El fraccionamiento del territorio constituye una de sus mayores problemáticas, con repercusiones administrativas, sociales y económicas. Además, la conexión inter corregimental e inter veredal es deficiente. Por otro lado, el corregimiento cuenta con una red de caminos antiguos, algunos precolombinos, como la ruta de la sal que va hacia el municipio de Heliconia y Ebéjico.

En Altavista se replica una problemática nacional: la concentración de la tierra. En la vereda El Corazón – El Morro hay un solo predio que abarca el 40% del área total de la vereda. Este fenómeno se repite en el resto del Corregimiento. 

La cercanía con la ciudad les permite conseguir insumos y disminuir los costos de transporte, no obstante, las necesidades de lo rural quedan en un segundo plano y priman las necesidades de lo urbano. Esta cercanía también trae problemas relacionados con el orden público, la violencia y el tráfico de drogas.

La urbanización acelerada se ha incrementado en los últimos años, al combinarse el crecimiento endógeno con la población que llega de otro sitio. En consecuencia aumentan los impuestos y los cobros por servicios públicos domiciliarios. Esto hace que las y los campesinos se vean obligados a vender sus tierras y éstas son reemplazadas por usos urbanos.

Proyectos como los planes parciales agravan la situación, porque generan más presiones y desdibujan la ruralidad y a la población que vive allí, el campesinado. De este modo hay una tensión latente, múltiples percepciones sobre las que se tendrá que indagar y usos del suelo diferenciados. Pero además, la población crece y en consecuencia aumenta la demanda por vivienda, agua para consumo humano y aguas residuales que impactan sobre la estructura biofísica del territorio.

Altavista es un territorio que se describe como rural, pero culturalmente es urbano, ya que se han desplazado las actividades tradicionales campesinas como la agricultura y la ganadería y se han asentado personas alrededor de la industria ladrillera, que ha determinado una mayor relación con actividades propias de la ciudad. En ese sentido se configuran unas formas de estar en el territorio con hibridaciones, donde coexiste lo nuevo, pero también lo que no termina de marcharse. Como territorio de borde rural-urbano plantea una serie de desafíos socio-espaciales y ambientales, pero además nos hace preguntarnos ¿Quiénes son allí las y los campesinos? ¿Se asumen como tal? ¿Cómo disfrutan su territorio que además tiene un fuerte legado ancestral (rutas camineras, camino de la sal o de Guaca, alfarería, Piedra de los Encantos, prácticas agrarias de importante valor patrimonial, paseos a los charcos, etc.)? 

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