Quedarse sin refugios
La vida, toda vida, en el planeta tierra, corre un gran peligro puesto que la naturaleza y la energía han sido reconvertidas en materia prima abaratada.
Antropoceno, capitaloceno no dan cuenta de una época estable. Se trata de todo lo opuesto. Es la ruptura de la continuidad holocénica donde se contaron con las condiciones ideales para la evolución cultural, agrícola y tecnológica de los seres humanos
La casa se empieza a romper.
Pensar en la casa
Cuando el territorio desaparece, ¿qué es lo que queda?
¿Cuántos territorios han dejado de ser territorios?
¿Qué significa que el lugar donde vivo cambie, de una manera abrupta, acelerada?
Y si de repente tengo que salir de “aquí” ¿Tengo que dejar a mis amigas y amigos, mis animales y mis sembrados?
La casa protege y cubre. Es el lugar feliz de lo cotidiano. “Tiene un lleno y un vacío. Un adentro y un afuera. Es refugio, abrigo, identidad”. (Carrer, 2013).
La casa se puede representar en un corazón. Es donde se entra y se sale para ir al mundo. Representa el origen, lo primario, la base, lo inefable, el centro del afecto.
Del verde al amarillo. La cicatriz que está por todas partes pero no comprendemos por nuestra indiferencia y desconocimiento. El recordatorio. El llamado de urgencia para expandir de manera radical la naturaleza salvaje, de tal manera que todo lo destruido nos permita reconocer y volver a pensar la casa, desde ontologías otras e imaginarios políticos, que dispersen semilla y se dejen permear por lazos y afectos con los suelos, rizobios, plantas, árboles y hongos, contra la crisis, “La Nada” que destruye “Fantasía”.
La casa se empieza a romper y nos exige imaginación, juego, afecto.
La crisis, la nada que destruye fantasía.
Poco a poco hemos ido configurando escenarios de riesgo y hemos afianzado las vulnerabilidades, a tal punto de normalizarlas. Paradójicamente esas crisis significan el reemplazo paulatino o acelerado de múltiples seres que dejan de existir.
El mordisco a la montaña actúa como metáfora y licencia poética que emula a “La Nada” que destruye “Fantasía”. En La historia sin fin, un texto de Michael Ende, “La Nada” es la carencia de imaginación de los humanos del “mundo real” la que destruye ese mundo soñado, porque ya no crean, no sueñan, porque no pueden hacer las cosas de otro modo.
“La Nada” es el vacío y promete destruirlo todo.
¿Cómo hallar la cura cuando la casa se empieza a romper? ¿Cómo está ese suelo que pisamos y que nos sostiene?
Termos comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado.
“El suelo está muy gastado y degradado porque la gente está acostumbrada a usar químicos. La gente ha cultivado mucho y no hace enmiendas al suelo. Está pobre. No tiene ninguna lógica envenenar lo que vamos a comer” nos dice Marisol Zapata, nuestra amiga polarizadora de Altavista.
Eso hace que la pregunta por ¿cómo hallar la cura? sea cada vez más urgente y más desesperada, pero que se concreta a través del cuidado de los vínculos, cuando nos dejamos afectar por lo que le sucede a otro ser.
El termo comunitario, una pócima mágica, de una mujer íntimamente relacionada con las plantas, sus animales, que cuida y cura las dolencias humanas, pero que además, ante un suelo degradado, el mordisco a la montaña, le viene enseñando a las niñas y niños a cultivar de manera orgánica, a hacer biopreparados con melaza, harina de maíz, mantillo de monte y microorganismos de montaña.
A las niñas y niños también se les enseña a compostar y se les cuenta para qué sirven las plantas medicinales. Se les recuerda que las lechugas y la leche no vienen del EXITO, ni de la nevera de la casa, sino que campesinas y campesinos se levantan desde las 4:00 am de la mañana a sembrar y a cuidar el agua, a proteger árboles nativos, el germoplasma y el sotobosque.
¿Serán estos los pagamentos? ¿Estás serán las enmiendas al suelo?
Ante esa “Nada” que promete destruirlo todo, ellas y ellos salvarían a plantas como el curíbano, la lechuga, una matica de oliva porque representa la paz, al orégano, al arroz para que no falte en la mesa, al maíz, al frailejón, la matica de helecho, el jengibre, el romero, al limoncillo “para hacer aromáticas y relajarse”, a la penca, la manzanilla, al acetaminofén, porque vivir con dolor es algo que no tiene nombre; al matarratón y al apio, limón y pimentón, “porque son plantas esenciales”.
Ya hay fisuras. Ya hay revoluciones de los cuidados