Yo también tuve un dragón blanco que se llamaba Maga y hoy crece en zona de dragones

“A medida que Nanabozho exploraba la tierra, se instalaba sobre sus hombros una nueva responsabilidad: debía aprender los nombres de todas las criaturas. Empezó a observarlas atentamente para saber cómo eran sus vidas y hablaba con ellas para descubrir los dones que poseían. Reconocía así sus verdaderos nombres. En el momento en que pudo dirigirse a los otros por su nombre y que ellos le saludaban al pasar: “¡Bozho!” -aún nuestro saludo tradicional-, empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad.” 

Robin Wall Kimmerer [1]

Que la tierra les sea leve a mis dulces amigos olfatorios. Maga, Merlina y Tito son agua y pájaros. Así me lo dijo una revelación que necesité para procesar la gran ausencia de sus vidas en la mía. Sin esa forma bella de comunicarnos y amarnos. Doy gracias por mirar/sentir, pensar/sentir a su lado. Por sus enseñanzas en cada día, en lo cotidiano, del significado del cuidado de la vida.

Un pájaro reposando | Foto: catrincoquille

Maga se emocionaba cuando sonaba un estruendo allá afuera, y entre las hojas, aparecía una fruta amarilla estripada. Era un mango. Aquella perrita subía agitada por las escaleras de la casa con la fruta entre los dientes y toda su barba blanca pintada. Merlina supo heredar de su madre Maga, el rugido ladrido, insoportable para algunas personas, pero cargado de infinita ternura y curiosidad. Merlina siempre se quiso tragar el mundo, olerlo todo, verlo todo, caminar un lugar nuevo que conocía hasta el último rincón. Tito las amó profundamente a ambas, respetó a Maga como alfa de la manada, cuidó de Merlina y luego cuando se quedó solo, se tuvo que reconstruir sin vínculos caninos, extrañado… hasta su inesperada y pronta partida. Tito el perro juega-pelota, quien marcaba todos los días el jardín de mariposas de afuera para delimitar ese, su espacio, de otros perros que pasaban. En su jardín de verbenas, algodón, asclepias, fríjol, capuchinas, rosas y mermeladas desplegaba toda su hermosura. Tito fue un perro de fuego, que ondeaba su cuerpo con alegría y poseía una infinita curiosidad acuática.

Maga, Merlina y Tito hoy son suelo, son bosque. Están al lado del lago que hace de espejo, y donde saltan los Koi o Noshikigoi. Peces de nombre chino-japonés que traen la buena suerte, que simbolizan la fuerza y la perseverancia porque nadan a contracorriente. Y una vez están aguas arriba, logran convertirse en dragón.

Maga, Merlina y Tito se despojaron de su piel y de su pelito dorado o salpimienta. Hoy rugen en un verde encendido que crece mirando a las estrellas, entre los rayos del sol y la brisa fría. En sus nuevas formas y ante la caricia del viento, quizá recuerden de su anterior forma viva, que el amor es ternura, es cuidado, es presencia. 

Y para hacer todo esto posible, el “titomaguismomerlinismo”, como solía denominar a ese fenómeno canino, a esa fuerza que alegraba mis días y que duró veinte años; ruge en ese reencuentro con los minerales. La perfecta microbiología donde el mundo no animal y animal se hacen suelo.

Capas arriba de este, se hacen plantas, una y otra que emergen como buenezas, en flores, arbustos o árboles. Seres vivos maravillosos y clorofiliales que producen su propio alimento. Un incesante movimiento que nos recuerda, como dice Jairo Restrepo, que no hay muerte sino cambios de estado del movimiento. En Maga, Merlina y Tito se produjo un desplazamiento y hoy sus energías se concentran en ser Magayarumo, Merlinamarrabollos y Titoamarrabollos. Cecropia peltata y Meriania nobilis son sus nombres científicos y que por supuesto se quedan cortos para describirlos.

Magayarumo

Desde esa perspectiva, la vida, su vida, es constante movimiento. Me recuerda los encuentros y reencuentros entre los seres humanos y las plantas. Sin ellas no podríamos comer, ni respirar. Por lo tanto, vida y verdear son sinónimos de ese milagro llamado fotosíntesis.

Frutos de la Tierra - Altavista

A la tierra que pisamos humanos y no humanos solemos llamarle el suelo. Uno muerto, la mayoría de las veces y que identifica la vida entre el hormigón de esta época. Hemos olvidado/atacado/ignorado el suelo y nos han dejado de enseñar o recordar que la palabra humano proviene del latín “humanus”, formada por “humus” que significa “tierra”, y el sufijo “anus” que indica “procedencia de algo”. En muchas cosmogonías el ser humano es un ser nacido de la tierra, por eso se dice que el primer humano fue hecho con arcilla, tierra, o lodo en los antiguos relatos. 

Es en el suelo donde millones de microorganismos se alimentan, se descomponen y se regeneran entre sí en interacción con el aire y el agua. Esa red compleja forma un entramado que se llama red trófica, que sueloarriba crea hojas, flores y frutos. Mientras que en sueloabajo crecen de manera intensa y significativa las raíces que se expanden buscando agua y nutrientes. Una rizósfera donde viven y se alimentan bacterias y hongos benéficos que atraen, al mismo tiempo, a sus depredadores: los nematodos y protozoarios y de este modo se libera el nitrógeno necesario para que la planta pueda crecer. 

Esta red trófica es relacional. Una comunidad de seres vivos. Una gran conversación que incluye a lombrices, larvas de insectos, y otros organismos que hacen caminos a través del suelo. Como arquitectos sueloabajo, crean espacios y pasajes para que el aire y el agua puedan llegar a las raíces de las plantas. Ayudan y aceleran la descomposición que convierte los fragmentos de materia orgánica en nutrientes. Ese necesario reencuentro hace que las plantas puedan crecer. Si ponemos un estetoscopio, ¿qué es lo que bulle abajo en ese hogar de miles de millones de insectos, pequeños animales, bacterias y otros organismos pequeños? Cada uno aporta al conjunto, como una gran orquesta que crea una red protectora, no para que la vida emerja, porque la vida siempre está presente.

La lluvia

Que la tierra les sea leve Maga, Merlina y Tito. Hoy son microorganismos, agua, insectos, pájaros y todos los animales en constante movimiento que comparten esa casa, esa zona de dragones. Esa interrelación perfecta suma equilibrio a esa red trófica a la que se suman Floro, un cantor verdemojado bajo la lluvia, quien también compartió su vida con las nuestras y Rigoberto, el perrisobrino que hundía sus barbas en la tierra para buscar mojojoyes.

Tito y Rigoberto

Robin Wall Kimmerer, botánica y mujer indígena, nos cuenta que cuando Nanabozho, el “Hombre Original” pudo dirigirse a las criaturas por su nombre empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad. Por ello, conocer los nombres de las plantas y de los animales con los que se convive resulta esencial para evitar “la soledad de la especie”. Una tristeza sin nombre “que nace del distanciamiento respecto al resto de la Creación, de la pérdida del vínculo” (p.241).


Pensar en Maga, Merlina y Tito, nombrarlos en sus antiguas formas o en sus nuevas, me permite reconectar como un ser/mujer del humus, del suelo. Prestar atención a lo que fueron y ahora son.

Una forma más del movimiento

En esa inercia, entre el vacío y la aceptación por sus partidas, pienso que mañana seremos compost como mis dulces amigos muevecolas, para enraizarnos/fijarnos con y a través del suelo, para que la vida pueda continuar su incesante movimiento.

Dandelión o diente de león

Referencias

[1] Wall Kimmerer, R. (2015). Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing Libros, S.L. pp. 240-24.