La Tierra es un huerto en el universo

Pensamos en la salud cuando nos falta.¿Qué miramos?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?, ¿para qué?Algunas personas como Carlos Eduardo Maldonado, filósofo y profesor, afirman que la civilización occidental nació enferma.

Esta enfermedad sistémica se explica, a su parecer, en que Occidente nunca supo de vida y por tanto, tampoco de salud.

Pero además, siempre fue reactiva y pensó que su felicidad y la propia vida estaban afuera, en otro mundo.

Las terminó confundiendo con poseer cosas, es decir, con consumir, depredar, obsesionarse con el crecimiento económico, la eficiencia, la eficacia y el todo para ya.

¿Por qué la lógica sacrificial primó sobre el deleite con la vida?

Esto, por supuesto, no siempre ocurrió.

Fue en el siglo XVII cuando se introdujo una extraña idea: hay una realidad y es independiente del sujeto. De este modo, nuestras formas de ser, habitar, y de producir subjetividades se empezaron a caracterizar por la incapacidad para sentir y reaccionar ante la devastación de la vida en su amplio y diverso conjunto. Fue desde ahí cuando se empezó a disolver la condición de ser-viviente y el mundo dejó de ser el mundo-de-la-vida.

La cultura prometeica, aquella que posibilita la acción transgresora, se asomó en las Cruzadas, pero se afianzó a través del encubrimiento de América, y desde entonces, toda su vocación colonial, neocolonial e imperial. Esto, por supuesto, generó profundas rupturas en el metabolismo socioecológico de la producción humana, al separar a la tierra madre, de los cuerpos poblaciones, y así se le dió inicio a la violencia sobre los mundos agroculturales. Se excluyó la posibilidad de pensar en sujetos de valoración no humanos como los árboles, las montañas, los ríos, los animales. Y desde ahí se decretó la muerte de la naturaleza, su destitución como entidad viviente, espiritual y sintiente.

El mordisco a la montaña. El continuum urbano muerde la montaña, para que lleguen más casas, más gente y más presiones sobre el territorio

Un afán de conquista. El “Ego conquer”, donde el ser humano se olvidó de la vivencia del cuidado y del cultivo, que sí tuvieron las sociedades precedentes de cazadores recolectores y luego las agrícolas, como valores predominantes.

Este delirio psicótico se impuso y derivó en un afán de control como condición histórica política, y por tanto, ontológica, capaz de tolerar la violencia y la crueldad ante la destrucción de la vida.

El cuidado de la salud no estuvo exento de ese gran atropello.

Vínculos sagrados

Quienes se encargaban de cuidar la salud eran aquellas personas que tenían una fuerte conexión con los dioses y las fuerzas espirituales. No obstante la Iglesia descalificó este sistema de creencias y las consideró “cosas del diablo”.

A lo largo y ancho de América Latina y del Caribe las formas de vivir, de sanar y de relacionarse con la naturaleza se vieron afectadas.

Como recuerda el geógrafo crítico Carlos Porto Gonçalves, la colonialidad sobrevive al colonialismo y es así, como desde allá hasta acá, se ha desvalorizado la propia cultura o se han descalificado los saberes para sanar, así como la ritualidad. Esto sin duda ha afectado los saberes ancestrales, milenarios.

No obstante, siempre hay fisuras, siempre hay revoluciones de los cuidados, que recuperan nuestro vínculo con la naturaleza. A través de múltiples prácticas ejercidas por pueblos negros, indígenas y campesinos se promueve el cuidado comunitario, de los territorios y la salud colectiva. Revalorizar esos saberes y darle lugar, en un mundo que colapsa socioecológicamente, debe ser nuestra tarea, como rebeldes que aman a la tierra. Un claro guiño ecofeminista crítico, que nos enseña Alicia H. Puleo y que nos invita a liberarnos de todo lo que el androcentrismo y el antropocentrismo han despreciado, al reivindicar el amor a la tierra, la salud y los cuidados comunitarios y territoriales, y al reconocer la empatía y el cuidado como valores que se deben enseñar y transmitir. Pero además, aplicar más allá de la especie humana, a los animales, las plantas, corrientes de agua, bacterias y todo lo vivo que cohabita junto a nosotras.

Entre sembrados, animales e hilos de agua que acompañan el camino por la vereda Buga Patio Bonito de Altavista.

Conocer los nombres de plantas y animales nos vincula, nos hace hacer parte. Es allí cuando empezamos a sentirnos en casa, a pensar en la casa. Y desde allí podemos desplegar un enfoque de salud contrahegemónico. Necesario, más que nunca, ante el acentuado proceso de desterritorialización, que se manifiesta, entre otras formas, en el mordisco a la montaña; para abrazar el poder de la naturaleza, al emplear la fuerza clorofilial de hierbas, flores y “yuyos” para sanar.

Una de las ideas de la atención primaria en salud, concepto que emergió en los años 50´s del pasado siglo y que adoptó la Organización Mundial de la Salud a partir de 1978, indica la necesidad de utilizar los conocimientos y todo aquello que está disponible y que es parte del universo cultural y social de la comunidad. Las Plantas Medicinales, por lo tanto, constituyen uno de los bienes comunes más valiosos para todos los pueblos del mundo. No obstante, sobre ellos recaen prácticas de poder injustas al invisibilizar y descalificar por parte de la farmacología de síntesis y la medicina occidental, a los saberes tradicionales, lo que sin duda debe catalogarse como una epistemicidio en la salud.

Junto a está práctica corren de manera paralela el ecocidio y el genocidio como marcas históricas que se imprimen sobre nuestros cuerpos-territorios y sobre los cuales se ha ejercido una violencia productiva que avanza arrasando.

No obstante, como señala Walter Benjamin en su “Tesis VII”, hay que “cepillar la historia a contrapelo”, para que salte lo que está escondido en la trama del tejido. Y es allí, cuando se descubre lo que se oculta. Una diversidad de vidas y de mundos contenidos en co-inspiradoras y co-inspiradores de sentidos que dignifican el legado de ancestras y ancestros, a través de su relación con plantas y animales.

Gallo que pasea de manera libre en Nuevo Amanecer, Altavista

¿Qué miramos?, ¿por qué?, ¿hacia dónde?, ¿desde dónde?, ¿para qué? Esas preguntas iniciales resultan esenciales.

Intentaré explicar por qué.

Hace unos años aprendí a monitorear lluvias y a observar las crecidas de los ríos. Comprendí cómo las comunidades en su día a día al dirigir su mirada a los caracoles, los árboles suribios, la condición de los vientos y los arcos en la luna se cuidaban las unas a las otras, para evitar las catástrofes, para saber cuándo cambiaría el clima, pero además para determinar cuándo era el mejor momento para sembrar. Luego, entre tantos lugares, surgió un amor-río en medio del Atrato. Un sitio, tan antioqueño como chocoano, donde la gente que allí habita, decía sentirse “sembrada”, y algunos, a través de canciones, contaban cómo el río Atrato gritaba desgarrado ¡Tobum!. Puesto que el río, tan presente e importante para los indígenas Emberá Dobida, así como para las comunidades negras, presentaba signos visibles de extinción. La pregunta se quedó en mí y seis años después pude volver, desde otro lugar, al inmenso Atrato. En medio de esos descubrimientos navegué sobre el río Nechí, caminé por el Suroeste, otras zonas del Urabá, el Bajo Cauca y el Oriente antioqueños. Recorrí las tierras del café, las granadillas, los bananos y los ríos. También transité por la montaña rururbana del Vallecito de Humo. En Altavista, pero también en Itagüí. La misma montaña, a fin de cuentas, un “stock” codiciado por aquella enfermedad denominada el “continuum urbano”. Luego vino Hilos del Campesinado. Memorias, afectos, juegos y sueños de la población rururbana de Altavista (Beca de Creación Proyecto para Resaltar los Saberes de la Población Campesina de Medellín, Convocatoria de Estímulos para el Arte y la Cultura 2020) y ahora nos llega la oportunidad de aprender con los Termos Comunitarios: saberes botánicos, pagamentos a un suelo degradado (Proyecto ganador de la Convocatoria de Fomento y Estímulos para el arte y la Cultura 2021).

Ha sido a través de estos aprendizajes y del reconocimiento de los saberes ancestrales, que me he dispuesto afectivamente para reconocer cómo se significa, se marca y se geografía el terruño. Todo esto me ha llevado a preguntarme sobre la complejidad inconmensurable de las tramas de la vida. Me ha ayudado a construir mi educación socioambiental, que a veces se expande, otras veces se encoge, pero que siempre reclama en mí, la necesidad de abrazar la naturaleza salvaje.

En los intersticios, entre una y otra experiencia, puedo afirmar que es en lo pequeño donde se tejen afectos y lealtades y donde se pueden afectiva y efectivamente emprender las labores del cuidado, la reparación y la regeneración de territorios. Tareas imprescindibles para evitar la pérdida de biodiversidad que compromete la capacidad para producir alimentos y sostener los modos de vida de diversas comunidades.

Por ello se hace necesario reconectar y arrojar un reflector sobre aquellas prácticas con las plantas medicinales, semillas y alimentos, que han hecho parte de la experiencia vital de las mujeres y hombres que habitan los mundos rurales o rururbanos, pero donde también se producen hibridaciones, que no solo producen relaciones interculturales complejas, sino que además transforman los paisajes.

Sembrar, regar, observar cómo van los cultivos hace que estos sean espacios de ocio porque tienen una función estética, al contemplar la belleza de las plantas. Como espacio social permiten tejer y fortalecer vínculos entre mujeres, hombres, vecinas y vecinos y al interior de cada familia. Como espacio de aprendizaje, al probar y experimentar. Como espacio de los cuidados permite obtener alimentos y bebidas frescas y sanas, que cuidan cuerpos y territorios, pero que también construyen autonomías y otras economías al cosechar lo que se siembra. Son espacios identitarios, espirituales, sociales. Son el punto de partida y de llegada que nos puede hacer sentir menos solas y solos. Es donde podemos sentirnos en casa. En esta casa-Tierra, que es un huerto en el Universo.

Hierbas y plantas, el gran poder de las manos y del tacto, las exploraciones, recetas, rituales, herbarios. Una taza, un mortero, un cuenco. Tarros, canastas, canecas. Tijeras, machetes y cuchillos. Y por supuesto, los sombreros para cohabitar con el gran sol. Es a través de todas herramientas que las huertas se convierten en espacios sagrados que nos permiten conectarnos con esos conocimientos antiguos, ancestrales, que están esperando que los volvamos a descubrir. Se trata de aprender a ver, a verdear, para reconectarnos con nuestros vínculos sagrados y re encantarnos.

Necesitamos recuperar el sentido de habitar la tierra y la dimensión mítica poética de la existencia.

Referentes

Maldonado, Carlos Eduardo (2020). Occidente, la civilización que nació enferma.Bogotá: Ediciones Desde Abajo.

Machado Aráoz, Horacio (2014). Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporánea. Buenos Aires, Argentina: Mar Dulce.

Dussel, Enrique (1994). 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del mito de la modernidad. La, Bolivia: Plural editores

Machado, Aráoz, H. (2019). Naturaleza, discursos y lenguajes de valoración. Revista Heterotopías, volumen 2, No. 4. Córdoba. P. 9

Porto-Gonçalves, Carlos Walter (2013). Territorialidades y lucha por el territorio en América Latina, Geografía de los Movimientos Sociales en América Latina. Perú: Unión Geográfica Internacional. P. 20.

Puleo, Alicia (2019). Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la tierra y a los animales. Madrid: Plaza y Valdés, editores.

Wall Kimmerer, R. (2015). Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing Libros, S.L.

Organización Mundial de la Salud. (‎2013)‎. Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023. Organización Mundial de la Salud.

La OMS se ha propuesto integrar las plantas medicinales y se puede consultar su documento Estrategia de la OMS sobre medicina tradicional 2014-2023, a través de este enlace: https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/95008/9789243506098_spa.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Benjamin, Walter (1942). Sobre el concepto de historia. Obras completas.

Noguera de Echeverri, Ana Patricia (2004). El reencantamiento del mundo. México y Manizales, Colombia: Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente –PNUMA- Oficina Regional para América Latina y el Caribe y Universidad Nacional de Colombia. IDEA.

Yo también tuve un dragón blanco que se llamaba Maga y hoy crece en zona de dragones

“A medida que Nanabozho exploraba la tierra, se instalaba sobre sus hombros una nueva responsabilidad: debía aprender los nombres de todas las criaturas. Empezó a observarlas atentamente para saber cómo eran sus vidas y hablaba con ellas para descubrir los dones que poseían. Reconocía así sus verdaderos nombres. En el momento en que pudo dirigirse a los otros por su nombre y que ellos le saludaban al pasar: “¡Bozho!” -aún nuestro saludo tradicional-, empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad.” 

Robin Wall Kimmerer [1]

Que la tierra les sea leve a mis dulces amigos olfatorios. Maga, Merlina y Tito son agua y pájaros. Así me lo dijo una revelación que necesité para procesar la gran ausencia de sus vidas en la mía. Sin esa forma bella de comunicarnos y amarnos. Doy gracias por mirar/sentir, pensar/sentir a su lado. Por sus enseñanzas en cada día, en lo cotidiano, del significado del cuidado de la vida.

Un pájaro reposando | Foto: catrincoquille

Maga se emocionaba cuando sonaba un estruendo allá afuera, y entre las hojas, aparecía una fruta amarilla estripada. Era un mango. Aquella perrita subía agitada por las escaleras de la casa con la fruta entre los dientes y toda su barba blanca pintada. Merlina supo heredar de su madre Maga, el rugido ladrido, insoportable para algunas personas, pero cargado de infinita ternura y curiosidad. Merlina siempre se quiso tragar el mundo, olerlo todo, verlo todo, caminar un lugar nuevo que conocía hasta el último rincón. Tito las amó profundamente a ambas, respetó a Maga como alfa de la manada, cuidó de Merlina y luego cuando se quedó solo, se tuvo que reconstruir sin vínculos caninos, extrañado… hasta su inesperada y pronta partida. Tito el perro juega-pelota, quien marcaba todos los días el jardín de mariposas de afuera para delimitar ese, su espacio, de otros perros que pasaban. En su jardín de verbenas, algodón, asclepias, fríjol, capuchinas, rosas y mermeladas desplegaba toda su hermosura. Tito fue un perro de fuego, que ondeaba su cuerpo con alegría y poseía una infinita curiosidad acuática.

Maga, Merlina y Tito hoy son suelo, son bosque. Están al lado del lago que hace de espejo, y donde saltan los Koi o Noshikigoi. Peces de nombre chino-japonés que traen la buena suerte, que simbolizan la fuerza y la perseverancia porque nadan a contracorriente. Y una vez están aguas arriba, logran convertirse en dragón.

Maga, Merlina y Tito se despojaron de su piel y de su pelito dorado o salpimienta. Hoy rugen en un verde encendido que crece mirando a las estrellas, entre los rayos del sol y la brisa fría. En sus nuevas formas y ante la caricia del viento, quizá recuerden de su anterior forma viva, que el amor es ternura, es cuidado, es presencia. 

Y para hacer todo esto posible, el “titomaguismomerlinismo”, como solía denominar a ese fenómeno canino, a esa fuerza que alegraba mis días y que duró veinte años; ruge en ese reencuentro con los minerales. La perfecta microbiología donde el mundo no animal y animal se hacen suelo.

Capas arriba de este, se hacen plantas, una y otra que emergen como buenezas, en flores, arbustos o árboles. Seres vivos maravillosos y clorofiliales que producen su propio alimento. Un incesante movimiento que nos recuerda, como dice Jairo Restrepo, que no hay muerte sino cambios de estado del movimiento. En Maga, Merlina y Tito se produjo un desplazamiento y hoy sus energías se concentran en ser Magayarumo, Merlinamarrabollos y Titoamarrabollos. Cecropia peltata y Meriania nobilis son sus nombres científicos y que por supuesto se quedan cortos para describirlos.

Magayarumo

Desde esa perspectiva, la vida, su vida, es constante movimiento. Me recuerda los encuentros y reencuentros entre los seres humanos y las plantas. Sin ellas no podríamos comer, ni respirar. Por lo tanto, vida y verdear son sinónimos de ese milagro llamado fotosíntesis.

Frutos de la Tierra - Altavista

A la tierra que pisamos humanos y no humanos solemos llamarle el suelo. Uno muerto, la mayoría de las veces y que identifica la vida entre el hormigón de esta época. Hemos olvidado/atacado/ignorado el suelo y nos han dejado de enseñar o recordar que la palabra humano proviene del latín “humanus”, formada por “humus” que significa “tierra”, y el sufijo “anus” que indica “procedencia de algo”. En muchas cosmogonías el ser humano es un ser nacido de la tierra, por eso se dice que el primer humano fue hecho con arcilla, tierra, o lodo en los antiguos relatos. 

Es en el suelo donde millones de microorganismos se alimentan, se descomponen y se regeneran entre sí en interacción con el aire y el agua. Esa red compleja forma un entramado que se llama red trófica, que sueloarriba crea hojas, flores y frutos. Mientras que en sueloabajo crecen de manera intensa y significativa las raíces que se expanden buscando agua y nutrientes. Una rizósfera donde viven y se alimentan bacterias y hongos benéficos que atraen, al mismo tiempo, a sus depredadores: los nematodos y protozoarios y de este modo se libera el nitrógeno necesario para que la planta pueda crecer. 

Esta red trófica es relacional. Una comunidad de seres vivos. Una gran conversación que incluye a lombrices, larvas de insectos, y otros organismos que hacen caminos a través del suelo. Como arquitectos sueloabajo, crean espacios y pasajes para que el aire y el agua puedan llegar a las raíces de las plantas. Ayudan y aceleran la descomposición que convierte los fragmentos de materia orgánica en nutrientes. Ese necesario reencuentro hace que las plantas puedan crecer. Si ponemos un estetoscopio, ¿qué es lo que bulle abajo en ese hogar de miles de millones de insectos, pequeños animales, bacterias y otros organismos pequeños? Cada uno aporta al conjunto, como una gran orquesta que crea una red protectora, no para que la vida emerja, porque la vida siempre está presente.

La lluvia

Que la tierra les sea leve Maga, Merlina y Tito. Hoy son microorganismos, agua, insectos, pájaros y todos los animales en constante movimiento que comparten esa casa, esa zona de dragones. Esa interrelación perfecta suma equilibrio a esa red trófica a la que se suman Floro, un cantor verdemojado bajo la lluvia, quien también compartió su vida con las nuestras y Rigoberto, el perrisobrino que hundía sus barbas en la tierra para buscar mojojoyes.

Tito y Rigoberto

Robin Wall Kimmerer, botánica y mujer indígena, nos cuenta que cuando Nanabozho, el “Hombre Original” pudo dirigirse a las criaturas por su nombre empezó a sentirse en casa, a olvidar la soledad. Por ello, conocer los nombres de las plantas y de los animales con los que se convive resulta esencial para evitar “la soledad de la especie”. Una tristeza sin nombre “que nace del distanciamiento respecto al resto de la Creación, de la pérdida del vínculo” (p.241).


Pensar en Maga, Merlina y Tito, nombrarlos en sus antiguas formas o en sus nuevas, me permite reconectar como un ser/mujer del humus, del suelo. Prestar atención a lo que fueron y ahora son.

Una forma más del movimiento

En esa inercia, entre el vacío y la aceptación por sus partidas, pienso que mañana seremos compost como mis dulces amigos muevecolas, para enraizarnos/fijarnos con y a través del suelo, para que la vida pueda continuar su incesante movimiento.

Dandelión o diente de león

Referencias

[1] Wall Kimmerer, R. (2015). Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Madrid: Capitán Swing Libros, S.L. pp. 240-24.